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Efraín Alas Morán: Creó un El Salvador de Ficción

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En un país a menudo reducido a narrativas simplistas, la literatura emerge como un vehículo para redescubrir su complejidad y sus matices. S News se complace en presentar una entrevista exclusiva con el ingeniero y escritor Efraín Alas Morán, autor de la novela policíaca Los Treces Cielos. Más allá de su formación en ingeniería civil y su maestría en Recursos Hídricos y Medio Ambiente , Alas Morán ha forjado una trayectoria profesional que abarca el sector público y la consultoría independiente , enriqueciendo así una visión del mundo que ahora se plasma en la ficción. Inspirado por sus viajes y su profunda conexión con la historia y la arqueología nacional, el autor ha creado una obra que busca desafiar los estereotipos y presentar a El Salvador no solo como un escenario, sino como un personaje con voz propia. A través de las páginas de su libro, Alas Morán nos invita a un recorrido por un país resiliente y lleno de vida, lejos de las imágenes recurrentes de guerra y violencia.

¿Quién es Efraín Alas Morán?

    Soy ingeniero civil y cuento con una maestría en Recursos Hídricos y Medio Ambiente por la Universidad de Montpellier, en Francia. A lo largo de mi trayectoria, he apostado siempre por la formación continua en áreas como la gestión de riesgos, el medio ambiente y los idiomas. Mi experiencia profesional se ha desarrollado tanto en el sector público como en el ámbito de la consultoría independiente, lo que me ha permitido abordar proyectos desde distintas perspectivas y enriquecer mi visión del mundo. Hablo cinco idiomas: español, mi lengua materna; inglés, italiano, alemán y, por encima de todos, mi favorito: el francés.

    En el plano personal, siempre me han apasionado el arte, la arquitectura, la arqueología, la historia, la música y la literatura. Estas inquietudes me han llevado a viajar por distintos países, explorando culturas y formas de pensar muy diversas. En particular, visitar la mayoría de los parques arqueológicos de El Salvador me inspiró gran parte de los escenarios y elementos de la mitología mexica presentes en mi obra.

    Mi amor por la lectura nació oficialmente el día que, siendo adolescente, tomé en mis manos mi primer libro de Harry Potter. Hasta entonces, leía como parte de las asignaturas escolares, pero ese libro fue el “click” que me atrapó. Descubrí que las palabras podían dibujar imágenes tan vívidas en mi mente que era como vivir dentro de la historia. Desde ahí me expandí a otros géneros, aprendiendo a apreciarlos todos.

    Mis personajes inevitablemente llevan algo de mí. Muchos rondan la misma edad que tengo y comparten gustos que marcaron mi adolescencia: la música de los 2000, las películas de acción de los 90 o las series que mezclaban intriga y criminología. Siempre me ha fascinado el misterio, la resolución de enigmas y el análisis de pistas, quizá por ese espíritu ingenieril que busca soluciones… pero trasladado al terreno narrativo.

    Entre mis páginas hay guiños a la cultura pop millennial y referencias sutiles a historias y ambientes que marcaron mi formación como lector y espectador. Todo ello se mezcla para crear un universo que, aunque ficticio, está lleno de mis propias pasiones, experiencias y curiosidad por el mundo.

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    Tu libro es una novela policíaca ambientada en El Salvador contemporáneo; ¿qué aspectos de la cultura y sociedad salvadoreña quisiste reflejar o explorar a través de esta historia?

      Quise mostrar un El Salvador que no se limite a las imágenes más repetidas de nuestra historia reciente, como la guerra o las pandillas. Aunque mi novela aborda temas como la corrupción y el ajusticiamiento social por mano propia, también es una invitación a recorrer y conocer un país lleno de matices. Mi intención es que, aun dentro de esta trama intensa, el lector sienta curiosidad por visitar los lugares donde transcurren los hechos y los vea con otros ojos.

      En mi historia, El Salvador no es solo un escenario: es un personaje con voz propia. La manera en que se siente un acontecimiento en estas tierras es distinta a como se viviría en cualquier otro lugar. Cada espacio tiene sus matices y sus propias dinámicas, y eso se nota en la forma en que interactúa con los personajes. La novela atraviesa distintos momentos y ambientes, como las celebraciones patrias del Día de la Independencia, un evento que aquí se vive con gran entusiasmo, lleno de actos cívicos, música y un sentido de comunidad que solo se experimenta estando presente.

      La mayor parte de los escenarios que aparecen en el libro son reales y forman parte de mi experiencia personal. Son lugares que he recorrido: parques arqueológicos, calles del centro histórico, pueblos con encanto propio o rutas que llevan a rincones llenos de historia. No son simples menciones; busqué que cada descripción permita al lector situarse, escuchar los sonidos, percibir los aromas y ver las escenas desde la mirada de un narrador en primera persona. Quiero que quien lea no solo siga la trama, sino que también se sienta de pie en medio de los acontecimientos.

      Mencionaste que la escritura es para ti una forma de conexión y expresión; ¿cómo fue el proceso de pasar de escribir canciones y poemas a desarrollar una novela policiaca?

        Un artista siempre está en constante evolución. Experimentar cosas nuevas forma parte de nuestra naturaleza. Escribir canciones y poemas me ejercitó en el arte de la palabra: me enseñó a mirar hacia adentro, a explorar mis sentimientos y experiencias para transformarlos en algo que pueda tocar a otros. Siempre he amado la escritura porque me obliga a detenerme, examinar y reflexionar sobre lo que vivo y lo que observo.

        Las canciones y los poemas son como instantáneas emocionales: breves, intensas, concentradas. Una novela, en cambio, es un viaje largo y lleno de matices, donde el lector experimenta un abanico de sensaciones. Mientras que una canción suele girar en torno a un solo tema y un mensaje directo, una novela es más compleja; su significado se entreteje y, en gran medida, es el propio lector quien decide qué aprender o interpretar de ella.

        Recuerdo claramente el momento en que esta historia comenzó a tomar forma. Fue durante una visita al parque arqueológico Tazumal. Una imagen fugaz me acompañó durante meses, hasta que finalmente se completó en mi mente al visitar el Museo Nacional de Antropología (MUNA). Ese fue mi punto de inflexión: la visión fue tan clara y vívida que tuve que sentarme a escribir de inmediato.

        Toda esa práctica previa, moldeada por la poesía y la música, me ayudó a encontrar mi voz, mi estilo y la manera exacta en la que quería contar mis historias. Esta novela es, de alguna forma, la suma de todos esos caminos recorridos, pero también el inicio de un nuevo capítulo en mi vida como escritor.

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        ¿Puedes contarnos quién es el protagonista de Los Treces Cielos y qué luchas personales lo hacen un personaje interesante y fuerte?

          La protagonista es Ana López, una detective de homicidios en sus treintas y una representante de la generación millennial. Es una mujer reservada, antisocial y de carácter rudo, que prefiere la soledad a las multitudes. Sin embargo, detrás de esa coraza hay matices de vulnerabilidad que solo unos pocos logran descubrir. Fumadora empedernida y amante de la cultura francesa, Ana recuerda sus años de estudios en Francia como los mejores de su vida, cuando se especializó en criminología y cultivó su obsesión por resolver enigmas.

          Ana se reta constantemente. Tiene un sentido profundo de la justicia y la convicción de que, si va a hacer algo, debe hacerlo mejor que nadie. En su carrera ha sido la mejor de su departamento, hasta que se enfrenta a un antagonista que siempre parece ir un paso adelante. Lo que comienza como una investigación para detener una serie de asesinatos pronto se convierte en una confrontación consigo misma: cuestionar sus métodos, aprender a pensar de formas nuevas y, sobre todo, evolucionar hacia una versión más fuerte y estratégica de quien ya es.

          Más allá de su rol como detective, Ana representa a cualquier persona que se ha topado con un desafío que parece superar sus capacidades, y que en lugar de rendirse, encuentra en ese obstáculo la motivación para seguir intentando. El Salvador, escenario vivo de la novela, es un espejo de su carácter: un país de contrastes, de belleza y dureza, resiliente ante las pruebas más difíciles. En ese cruce entre el carácter de Ana y la esencia del lugar, la historia cobra una fuerza que trasciende la trama policial para hablar también de resistencia, superación y transformación.

          Finalmente, ¿qué esperas que los lectores salvadoreños y extranjeros aprendan o sientan al viajar por las páginas de tu novela y conocer esta “otra manera” de ver El Salvador?

            En la novela hay distintas lecciones en el libro dependiendo de cada personaje. Todos tienen un desarrollo a ser mejores versiones de sí mismos. No me gustaría limitar esa opción, sin embargo podría decir que buscar la mejora continua de uno mismo es el mensaje global: la lucha más grande es la que tienes contra ti mismo, no con quien te reta o con quien será tu antagonista en tu propia historia. El mayor oponente a vencer, eres tú mismo.

            Cada personaje en la novela tiene sus propias pasiones y desafíos. A pesar de sus miedos y defectos, todos buscan ser mejores versiones de sí mismos. Un mensaje fundamental es que la familia no siempre está definida por lazos de sangre; muchas veces surge en los momentos más difíciles, cuando sientes que no puedes confiar en nadie y sin siquiera pedir ayuda, ese grupo de personas aparece para sostenerte y levantarte. Esa familia elegida es un refugio y una fortaleza.

            En lo personal, aunque tuve la fortuna de contar con el apoyo incondicional de mi familia nuclear, sé que muchas personas encuentran en amigos o compañeros ese vínculo más cercano que a veces ni la sangre puede garantizar. Esa idea de confianza y apoyo incondicional es un hilo que recorre toda la novela.

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            Mi novela busca alejarse de la imagen estereotipada que a menudo acompaña a El Salvador en los medios y relatos comunes. Quiero que el lector conozca el país desde su gente, desde su bondad, su justicia, su esfuerzo y su resiliencia. Un El Salvador vivo, que lucha y que se reinventa.

            Espero que al terminar de leer, quienes se acerquen a la historia puedan conectar o verse reflejados en alguno de mis personajes, que sientan la emoción de seguir adelante, con la certeza de que al alcanzar una meta, siempre habrá nuevas por conquistar. El proceso de cambio y superación nunca termina, y adaptarnos a él es lo que nos hace verdaderamente fuertes.

            La conversación con Efraín Alas Morán ha sido un viaje a la intersección entre la literatura, la identidad nacional y la superación personal. Su novela

            Los Treces Cielos es un testimonio de cómo un artista puede evolucionar, pasando de la poesía y la música a la narrativa. Alas Morán nos ha ofrecido una visión íntima de su proceso creativo y de la filosofía que subyace en su obra: la lucha más grande es la que se libra contra uno mismo, no contra un oponente externo. La historia de la detective Ana López, con sus desafíos y su búsqueda de justicia , se convierte en un símbolo de la resiliencia salvadoreña. Al culminar la lectura, el autor espera que el público, tanto local como extranjero, conecte con los personajes y se sienta inspirado a perseverar, con la certeza de que cada meta alcanzada es solo el comienzo de nuevas conquistas. Es así como Alas Morán logra desmitificar a El Salvador, mostrándolo como un país de gente bondadosa, esforzada y en constante reinvención.

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            Política & futuro

            A nuestra población se la ha engañado de múltiples formas.

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            Las sociedades tienden a organizarse de diferentes formas en función de sus necesidades.

            En El Salvador, por motivos que pueden rastrearse en la historia sangrienta de hace al menos cinco siglos, sabemos que ha sido un reto inmenso este asunto de la creación de una estructura política que unifique a todos los grupos.

            Las injusticias, los desequilibrios y los sistemas de manipulación se han dado cita en nuestro territorio, dando paso a insurrecciones, masacres, dictaduras, guerras, anarquía, violencia y un sin fin de dificultades nacidas del abuso de poder y del egoísmo en la distribución de los recursos.

            Muchos pensarán que se trata meramente de un asunto económico, pero en la base de las relaciones de producción están las dinámicas culturales que han dado paso a caudillos grandilocuentes que fingen estar ungidos por un poder superior.

            A nuestra población se la ha engañado de múltiples formas, no solo con espejos, aunque la metáfora es bastante buena para darse cuenta que a cambio de cualquier bagatela se ha aceptado todo tipo de imposiciones absurdas.

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            La política, frecuentemente, es confundida con la democracia representativa enclaustrada en un sistema electoral manejado por partidos políticos que operan como mafias.

            Entonces, muchas personas dicen no verse interesadas por la política, entendida de ese modo, cuando el verdadero significado tiene que ver con el involucramiento de la ciudadanía en las decisiones públicas y en la proyección hacia el futuro.

            ¿Por qué elegimos políticos que nos representen? ¿Acaso no somos capaces de representarnos a nosotros mismos en las decisiones?

            Todo se remonta a la invención del orden republicano, constitucional, democrático que se remonta al siglo XIX en nuestro país recién independizado de las fauces de Europa.

            Se dice que quienes crean una constitución eligen las reglas del juego, quienes fundan los símbolos de una república son capaces de manipular a las masas y quiénes manejan la democracia son capaces de quitar y poner a los representantes que les dé la gana.

            ¿Me creerías si te digo que nunca has sido responsable de elegir nada ni a nadie?

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            Te explico, por encima de los políticos existe una élite económica que controla los criterios de selección, ellos nos dan a elegir, en un sistema trucado, a uno y a otro, por eso es común escuchar en comicios electorales expresiones como «hay que elegir al menos peor» o «no hay mejores opciones» y, con suerte, suele escucharse a los más avezados decir «prefiero no ir a votar».

            ¿Qué podemos hacer frente a esta encrucijada? Darnos la vuelta y no mirar atrás, construir instrumentos de acción política manejados por la ciudadanía misma, exigir, denunciar, señalar arbitrariedades, pero también proponer, crear e inventar rutas que no han sido practicadas en el pasado.

            El futuro es un horizonte abierto y la política es un vehículo poderoso que durante siglos nos han negado la opción de manejar, nos hacen elegir conductores que nos llevan al abismo.

            Y no queremos ir hacia el abismo, ¿o sí?

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